Donde antiguamente gobernaban reyes y príncipes, surge paso a paso una ciudad moderna y desarrollada. Un nuevo espíritu se apodera de la ciudad. El avance tecnológico, la creciente industrialización, la ciencia y el humanismo transforman la ciudad residencial en una metrópoli llena de dinamismo.
La industrialización crea posibilidades de empleo y, por ello, llegan miles de emigrantes a la ciudad al este del Imperio Alemán.
Este auge del empleo lleva a un enorme crecimiento de la población. Dresde cuadriplica su población pasando de 104.000 habitantes en el año 1852, a unos 548.000 habitantes en 1910. Dresde evoluciona hasta convertirse en una ciudad industrial y, con ello, cambian las necesidades de transporte y de la circulación individual.